En la mañana del martes pasado, reportaron los periódicos con titulares discretos, la muerte por suicidio de Madame Ruskins, famosa escritora francesa que a temprana edad alcanzó gran renombre, a mediados de la década de los sesenta. Desde hacia algunos años poco se sabía de la vida de Madame Ruskins, salvo que vivía en un cómodo departamento en la Rue Norvins a pocos pasos de la Basílica del Sacre Coeur en el quartier de Montmartre.
En la reseña sin embargo, volvía a revivir historias y especulaciones de la época dorada de la escritora, sus múltiples matrimonios con ricos y famosos, sus escándalos en bares y restaurantes de la ciudad, pero la noticia a la que le dedicaban mayor despliegue era la misteriosa desaparición de su tercer esposo, el jeque árabe Abdullah bin Hamad, segundo hijo del emir de Qatar, durante su luna de miel. Los diarios mencionaban que la pareja se había conocido en una fiesta que daba el productor de cine Carlo Ponti en el afamado hotel Crillon de París y luego de algunas semanas habían anunciado su boda en una exótica isla del mediterráneo, donde asistieron gran número de personalidades. La prensa europea se había deleitado cada día, dando exclusivas de los alcances de los preparativos y el elevado presupuesto del evento. Al parecer, entre las diversas formas de sorprender a sus invitados, llevaron un par de leones amaestradas, para escoltar a la pareja hasta el altar.
Madame Ruskins, o Claudette como la conocían sus seguidores, llegaba al matrimonio con el jeque a pocos días de cumplir sus treinta cinco años, convirtiéndose en un cuento de hadas para los amantes del amor. Luego de la ceremonia, embarcaron con algunos amigos en el yate real y emprendieron su luna de miel. Las aguas del mediterráneo de un azul profundo, estaban en total calma. Algunos de los invitados comentaron en sus interrogatorios, que la fiesta había continuado hasta altas horas de la madrugada y que los recién casados se veían felices compartiendo con todos sus amigos.
Al día siguiente, a las diez de la mañana, el marinero en jefe tocó la campana y pasó de camerino en camerino, invitando al desayuno en la terraza principal. Media hora mas tarde, se vio bajar a Claudette sola, vestida con un traje muselina largo escotado, de color blanco, luciendo radiante sin ninguna huella en su precioso rostro a causa del trasnoche.
-Se veía tranquila, luminosa diría yo – dijo Maurice Chevalier, celebre actor francés durante su declaración. – supusimos que Abdullah estaría reposando en su recamara. –
Así pasaron las horas del día, de la noche y gran parte del día siguiente, sin que nadie pudiese ver al jeque. Al atardecer, tocaron puerto en una de las islas griegas llamada Kymolos. Para ese entonces, ya los pasajeros y tripulantes del yate se cuestionaban la ausencia de Abdullah y se rumoraba, que algunos empleados al servicio del yate habían entrado al camerino privado de jeque sin haberlo visto. Al preguntarle a Claudette por su esposo, ella se mostraba serena y simplemente respondía que se encontraba descansando.
Algunos invitados bajaron para recorrer las calles de la pintoresca isla, aprovechando que el yate no zarparía hasta el día siguiente y fueron recibidos por las autoridades locales como huéspedes ilustres, quienes los invitaron a cenar en el pueblo. Por supuesto, que la comidilla de todos era la singular desaparición de novio y a medida que avanzaba la velada, las especulaciones iban tomando dimensiones y afirmaciones desproporcionadas.
Al día siguiente, al retirarse el yate de las costas de Kymolos, las autoridades que se habían enterado de la desaparición del jeque, dieron aviso a las demás islas para que efectuaran una inspección en su próxima parada.
Veinticuatro horas después, el yate ancló en la isla de Syros, conocida por su música “rebétika” o música popular de los bajos fondos y de inmediato las autoridades pidieron permiso para subir al barco y entrevistarse con Madame Ruskins por tratarse de un asunto de considerable gravedad. Claudette los recibió minutos más tarde en el despacho de Abdullah. Pero al preguntarle donde se encontraba su esposo, dijo que descansaba en su habitación. La autoridad en jefe, el capitán de marina Damián Demitrio, solicitó permiso para revisar los aposentos privados del jeque, constatando que no había nadie. Al volver a preguntarle a Claudette, que permanecía elegantemente apacible, dijo no saber donde podría estar. Así de simple; no sabía nada, desconocía donde estaba su esposo y no lo había vuelto a ver desde momentos después de la fiesta.
Los diarios amarillistas de Londres, encabezaron sus titulares con frases como “!Claudette pasó la noche de bodas, pero no se sabe con quién!” Rápidamente la noticia dio la vuelta al mundo y se cocieron toda clase de conjeturas. Claudette aparecía en las primeras páginas de la prensa, más bella que nunca, con una expresión serena en su rostro. Siempre tenía una actitud amable, tanto para las autoridades como para los reporteros que la bombardeaban con preguntas de de todo tipo. Pero siempre fue constante en su respuesta, al decir que no tenía la menor idea de lo que le hubiese podido pasar a su amado esposo. El público estaba indignado y sorprendido. Algunos, tomaron partido por la bella escritora, aludiendo que todo se podía esperar de esos árabes que tenían harenes llenos de mujeres y hacían el amor con cabras. Para otros, esto era un caso inaudito; la repentina desaparición del novio en plena noche de bodas, estando con su esposa en la alcoba nupcial y la sorprendente tranquilidad de Madame Ruskins generaba muchas dudas.
El capitán Demitrio, tomó el encargo de entrevistar a cada uno de los invitados y tripulantes del yate, tarea nada fácil tratándose de personalidades complejas y con un alter ego difícil de manejar. Pero el capitán era conciente de sus encantos y lo bien que su traje blanco de la marina resaltaba su personalidad. Era por supuesto un hombre joven con un gran atractivo físico y había superado muchas pruebas y ascensos en su carrera, por su innata sensualidad, que desplegaba en cada movimiento de su cuerpo. Se podría decir, que era un afrodisíaco andante.
Curiosamente, nadie parecía tener prisa en terminar su declaración. A último momento, los entrevistados, recordaban algún aspecto sin importancia, en su afán de contribuir a esclarecer el caso. El capitán Demitrio tenía el don de la paciencia y recibió a cada uno de los invitados y tripulantes del yate, sin importar su sexo ni edad, con una amplia sonrisa en su boca, que dejaba a los declarantes, a merced de sus preguntas y la determinación para proporcionarle la más minuciosa confesión.
Pero al cabo de algunos días, no había nada nuevo. Abdullah seguía sin aparecer. El padre del jeque, el emir de Qatar, hizo una aparición inesperada en Syros y permaneció toda la noche, hasta la tarde del día siguiente, en los recintos privados de Claudette. Ese incidente dio para pensar que había venido a vengar la muerte de su hijo. Pero para sorpresa de todos, no se escucharon ruidos sospechosos provenientes de la habitación de la escritora y la única vez que permitieron a una mucama entrar, fue para llevarles una bandeja ostras y una botella de vino blanco. El capitán de marina no sabía como interpretar este acontecimiento, por lo tanto, pidió hablar a solas con el gobernante. La solicitud fue recibida por unos de sus secretarios privados, luego transmitida a otro de mayor jerarquía y así sucesivamente, pasando por más de diez asistentes de su majestad. Finalmente le entregaron una agenda al capitán Demitrio, para que se presentara en el palacete de propiedad del emir en la isla de Mykonos, que dista a unas horas en barco de Syros.
Damián era consciente que era un asunto delicado y no dejaba de sentir cierto temor, pues nunca había tenido la oportunidad de estar frente a una personalidad de tan alta jerarquía. Se dirigió a la marina y pidió preparan la mejor embarcación de la comandancia e hizo alistar una escuadra de hombres debidamente uniformados para su escolta, con la perspectiva, de conseguir con esto, impresionar favorablemente al emir.
Al día siguiente llegó puntual a su cita y tras una leve espera, fue recibido por su majestad.
En ese momento, se le olvido la razón de su visita y aun más, las preguntas que debía formularle al dignatario. Por lo tanto, como siempre hacía, desplegó su gran sonrisa e hizo la venia protocolaria a un monarca. El emir de Qatar quedó fascinado con este personaje y como pocas veces habían visto, desplegó toda clase de atenciones para con su huésped. Pasaron las horas, pasaron los aperitivos, pasaron unas bellas señoritas con unos platillos de exquisiteces mediterráneas, pasaron unos músicos de instrumentos de cuerdas y la conversación era tan fluida y amena, que nadie tomaba la iniciativa de darla por terminado.
El capitán llego de regresó a Syros al día siguiente, diciendo que había tenido una plática muy importante con el emir, pero sin nada nuevo que agregar a la investigación. No obstante, se pudo entrever, que no había ningún malestar entre el emir y Claudette. Para ese entonces Madame Ruskins, aun seguía en su yate anclada frente a las costas de Syros. Algunos comentaban que estaba escribiendo su más importante novela y otros aventuraban en asegurar que era un poema.
Se supo por mademoiselle Hipólita, mucama personal de Claudette, que el capitán Dimitrio visitó a la escritora en varias ocasiones y que al parecer le hicieron mucho bien para recuperarse un poco de la desaparición de su Abdullah. Por otra parte, los asistentes del capitán Demitrio, manifestaban después de cada visita que su jefe hacía la escritora, que la investigación avanzaba conforme a lo previsto.
Varios países enviaron cuadrillas de expertos buceadores para inspeccionar detalladamente las aguas mediterráneas en busca de alguna pista del jeque, pero lo máximo que llegaron a encontrar flotando en el agua, fue una cigarrillera de plata marcada con sus iniciales en laca.
Claudette regresó a París al cabo de un tiempo y se supo por fuentes fidedignas, que recibió una gran herencia de su desaparecido esposo. También se conoció, que Madame Ruskins pasaba frecuentemente largas temporadas con su suegro en Qatar. Algunas de sus mejoras novelas, estuvieron inspiradas en la corte real de este lejano país árabe y sus libros siguieron vendiéndose con bastante éxito. La escritora no dejó de alternar en los principales salones de Paris y de hacer algunos escándalos que llenaban las primeras páginas de los tabloides. Hasta que un día, sin que se pueda definir cuándo ni por qué, desapareció de las noticias, no se le volvió a ver en ninguna parte, no se supo a quién frecuentaba, ni existen fotografías de ella asistiendo a algún evento. Fue como cerrar la cortina después del acto triunfal, donde los espectadores atónitos se levantan y se van.
Del capitán Demian Demitrio se supo que renunció a la marina poco después. Nunca se pudo esclarecer el misterio de la desaparición del jeque, ni los posibles motivos de esta. Se dice que viajó a Qatar para prestar sus valiosos conocimientos en materia de investigación al servicio del emir, quien a su vez, valoró considerablemente su aporte y lo hizo un hombre muy rico, dueño de una empresa naviera de transporte petrolero. También fue miembro importante de la junta directiva de la unión de bancos árabes en Nueva York y su sonrisa figuró en la revista People y Hola de España, como la más seductora durantes varios años.
Madame Claudette Ruskins fue enterrada de manera muy discreta una tarde, pocos días de su muerte, bajo una lluvia tenue y un cielo gris, en el cementerio de Père Lachaise, con la asistencia de un reducido número de presentes, que la acompañaron a su tumba. La escritora se llevó con ella la única posibilidad de saber qué pasó esa noche en el yate y la suerte del novio en las aguas de azul profundo del mediterráneo.
Enero 2010
7 de febrero de 2010
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