Susana madrugó esa mañana, preparó la papilla a sus dos hijos, luego los entregó a la vecina para que los llevara a la escuela, jaló las sábanas de la cama, se miró rápidamente al espejo para ver que todo estuviese bien y salió a tomar el autobús en dirección al hotel donde trabajaba. Al llegar, se apresuró a bajar sin darse cuenta que su vestido se enredó en la puerta y se había rasgado. Susana pensó que el día comenzaba bastante mal.
Su jefe al verla llegar, le hizo notar que eran diez minutos pasada la hora de entrada. Ella prefirió no contestar y más bien se puso el uniforme. Salió con el carro de aseo por los corredores e inició su labor. Al llegar a la habitación ocho veinticinco se percató que la chapa estaba forzada. Pero no le dio importancia al asunto, sin embargo anotó en su cuaderno como recordatorio, reportar el daño al área de mantenimiento. Mientras aspiraba la habitación, vio algo que colgaba dentro del closet; la puerta estaba entreabierta. Era común que los huéspedes dejaran cosas olvidadas y en algunos casos ni se molestaban en regresar a reclamarlos. Al abrir la puerta, de par en par, vio a ese algo colgando de una cuerda roja. Así fue como se lo hizo saber minutos mas tarde al Inspector Andrade, que se daba importancia al enroscarse el bigote.
- Era una gran masa que colgaba de una cuerda roja. - dijo Susana.
- Pero, ¿cómo que era una gran masa? ¿Es que no vio usted al hombre que colgaba del techo? - Preguntó el inspector.
- Bueno, claro…luego me di cuenta que era un hombre, pero lo que más me impactó fue esa cuerda roja… ¿me entiende usted inspector señor licenciado?
- ¿Señorita Encelote, que tiene de raro esa cuerda, si nos permite saber?
- Pues que es roja licenciado inspector. - Respondió ella.
Esta respuesta dejó al Inspector Andrade bastante desconcertado, pues claramente para él era una contestación absurda y que dejaba ver la poca capacidad intelectual de su única testigo, con la que contaba de momento. Miró de nuevo el cadáver, se enroscó varias veces el bigote y continuó:
- Señorita Empelote…
- Inspector, es señorita Encelote, por favor.
- Claro, claro, perdone usted mi equivocación. Como le decía, señorita Encelote, ¿conoce usted a este señor?
- ¿A cual señor se refiere licenciado?- dijo Susana.
- Señorita Encelote, me puede decir inspector a secas, ¿le parece?
- Sí, claro licenciado.
Los nervios del Inspector se iban acelerando y le hacían enrojecer los pómulos, factor que le recordaba los días de la prepa en esa detestable escuela, donde todos los chicos le apodaban “cachetes de fresa”. Esos días le traían recuerdos amargos, que había tratado de superar con bastante esfuerzo.
- Señorita Encelote, le pregunté si conoce al señor que se encuentra colgado de el closet de esta habitación.
Y con el dedo índice ligeramente curvo en la punta, señaló de manera decidida al sujeto que aún colgaba de la cuerda roja.
- Señor, usted me tiene confundida, ¿cómo cree que voy a conocer a ese señor si está muerto? ¿No lo ve usted?
- Claro que lo veo, -dijo el inspector,- ¿pero qué tiene que ver eso con el hecho de que usted lo conozca o no?
- Licenciado inspector, yo no acostumbro entablar relaciones con los mmm….
Susana hizo varios intentos para encontrar la palabra adecuada y que no sonara descortés para el muerto.
- …..con los extintos.
- Ya entiendo, - observó el inspector. - ¿Y sabría usted si alguien en el hotel lo visitó en algún momento?
- ¿A que momento se refiere inspector licenciado?
- A ninguno en particular señorita, es una pregunta de rutina. Verá usted, estoy tratando de averiguar si alguien conocía al señor colgado o desde cuándo resolvió ahorcarse.
- … ¿con la cuerda roja quiere decir usted?
- Si, eso mismo señorita Encelote.
Para ese momento, el asistente del inspector resolvió acercar un taburete al cadáver, se subió apoyándose en la puerta y comenzó a revisar los bolsillos de la chaqueta del difunto por si encontraba algún documento que pudiese clarificar la identidad del mismo. Sacó varios papelitos arrugados de los bolsillos y en uno decía “Susana Encelote, mi amor”. Leyó una y otra vez el mensaje escrito y pensó que era conveniente llamar al inspector a un lado para enseñarle su descubrimiento. El inspector al ver la anotación, arqueó su ceja y con un ojo acusador miró a la mujer que había reanudado sus tareas de limpieza en la habitación.
- Señorita Encelote, me dijo usted hace un momento que no conocía al fallecido, ¿es eso cierto?
- ¡Claro que es cierto! - respondió Susana con determinación.
- mmm…. ¿pues cómo explica usteddd…. que en el bolsillo del extinto, como le llama usteddd, se haya encontrado un papel donde está escrito su nombre y luego dice “mi amor”?
Los bigotes del inspector estaban a punto de quedar deshebrados y enroscados entre los dedos pulgar e índice. Era evidente que su ira se iba reflejando en sus mejillas y no había nada que hacer. Pero sabía que la tenía en sus manos. Que más rápido de lo que pensaba, iba a resolver un caso más en su larga lista de exitosas investigaciones. Sentía que su pecho se expandía ligeramente, ensalzando su conocida habilidad, que no tardarían sus jefes en reconocerlo, por qué no decirlo así.
- Inspector licenciado, yo me llamo María Susana de la Cruz Sagrada Encelote Ramírez, a sus órdenes…y no veo qué tiene que ver con lo que dice en ese papel. ¡Claramente ese no es mi nombre!
- ¿Así que esas tenemos?
El inspector Andrade acercó una silla y se sentó frente a su interrogada. Sabía que estos procedimientos ejercían presión e intimidaban a las personas. “Un poco de miedo suelta la lengua”, solía decir.
- Señorita Encelote, creo que usted quiere jugar con nosotros. ¿Es eso cierto? ¿No se da cuenta que está frente a la máxima autoridad y que si no comienza a cantar enseguida, la voy a esposar y llevármela a la comisaría?
- Licenciado, yo no estoy jugando y no sé qué pueda hacer yo por usted si me pongo a cantar. Ahora bien, si eso es lo que quiere, no tengo ningún problema en echarle una de Gloria.
El inspector no esperaba esa respuesta y menos aún, que esta señorita, que claramente era una imbécil, mantuviese una actitud tan despreocupada ante sus amenazas.
- ¿A qué Gloria se refiere? ¿Era amiga del señor del armario?
- ¡¡Nooooo!!! Que si quiere le canto una canción de Gloria Trevi. - dijo Susana.
El inspector alargó el papel de la inscripción y se lo enseñó a Susana.
El ayudante seguía encaramado encima de la silla, tratando de desamarrar la cuerda roja para bajar el cuerpo inerte. Pero el peso del cadáver le hacía difícil cumplir con su tarea. Por momentos abrazaba el cuerpo por la cintura, pero al alzarlo, este se escurría dejando su chaqueta a la altura del cuello. Si soltaba el cadáver y se dedicaba al nudo, el cuerpo comenzaba a dar vueltas enroscando la cuerda. Al parecer, ni el inspector ni la señorita Encelote, a pesar de que observaban las engorrosas maniobras del ayudante con el difunto, tenían la intención en ayudarle.
Susana cogió el papel de las manos del inspector y lo miró como quien observa un aguacate para saber si está maduro o no. Le dio vuelta varias veces, tratando de entender lo que ella misma no sabía. Había visto este mensaje antes, de eso estaba segura. Pero dónde, cuándo y por qué eran preguntas que no lograba aclarar. De repente, apareció una amplia sonrisa en su boca, dejando entrever algunas amalgamas de oro al reconocer la escritura de su padrino, cuando hace apenas unos días, le envió un ramo de preciosas margaritas por su aniversario. Su padrino Euclides siempre hacia esto. Entonces pensó, que a lo mejor a ella se le había caído y el colgado lo hubiese recogido por alguna extraña razón. Dio vuelta al papel y vio que tenía escrito un teléfono.
- Señor licenciado inspector, creo que usted ha pasado por alto ver que al reverso del papel hay un teléfono, - dijo Susana con algo de malicia, poniendo en evidencia la brutalidad del inspector.
- ¿Y de quién es ese teléfono, si se puede saber?
- Susana se encogió de hombros y dijo - ¿Por qué no le llama ver quien contesta?
El inspector Andrade no apreció la sugerencia de la señorita Encelote, pero tuvo que reconocer para sus adentros, que era una medida evidentemente práctica.
Tomó el teléfono de la mesa enseguida de la cama y marcó el número de manera decidida. Se llevó las manos al bigote mientras sonaba un timbre repetidamente.
- Señorita Encelote, ¿no va a contesta su celular? ¿No ve que le está timbrando?
- Licenciado inspector, no es el mío el que timbra, es el suyo creo yo. El ruido ese sale de su bolsillo.
El inspector sacó su celular y efectivamente timbraba. - ¿Quién podrá ser? - se preguntó. Era bastante inoportuno que alguien le interrumpiese en un momento así. Abrió la tapa del celular para contestar y dijo:
- ¡Bueno! ¡Bueno!
Cada vez que decía bueno, sonaba un eco al otro lado del aparato, que repetía al unísono: ¡Bueno! ¡Bueno!
En vista de que nadie le hablaba y simplemente se limitaban a repetir lo que él decía, resolvió colgar. Le ordenó a su asistente que no molestará más al muerto y llámase de inmediato al encargado del hotel para hacerle unas preguntas. Froto sus ojos con sus manos y luego los abrió echando su cabeza hacia atrás. Era demasiada la responsabilidad que debía afrontar a diario.
Pocos minutos después, apareció el señor Potente con un tabaco a medio mascar en su boca. Vestía un pantalón gris bastante arrugado y una blazer azul que dejaban ver algunas manchas en la solapa. Tenía el botón de arriba de la camisa desabrochado y una corbata de rombos verdes con un nudo bastante minúsculo que pendía mas debajo de su cuello.
El señor Potente era persona de pocas palabras y más bien de trato cortante. No estaba dispuesto a que le hicieran muchas preguntas y menos que lo pusieran incomodo. No obstante, al verse frente al inspector trato de mantener la calma.
El inspector lo miro de arriba abajo, sin disimular que lo estaba revisando en su totalidad. El aspecto que presentaba el señor Potente no fue de su agradó y claramente se lo hizo notar con la expresión de su cara. Con un dedo le hizo una seña para que se arrimara y tomará asiento.
- Señor inspector, le pido que vayamos directo al asunto porque tengo que atender la recepción -. Le dijo el señor Potente.
- No tenga cuidado, seré breve y al punto. Dígame, ¿conoce usted a este señor que cuelga del armario?
El señor Potente voltiò a mirar por un momento el cuerpo inerte que colgaba de la cuerda roja y vio que lentamente daba vueltas a la derecha y luego a la izquierda por inercia.
- No le conozco -. Respondió Potente
- ¿Como es que estaba alojado en una habitación de su hotel y no le conoce? ¿No lo registro usted cuando llego? Se precipito en preguntarle el inspector.
- No fui yo.
- Ah nooooo…. ¿entonces quién pudo ser, señor Potente?
- No lo se.
- ¡Cómo que no lo sabe! ¿Cuántas personas atienden la recepción?
Para ese momento Susana pensó, que podía contribuir con alguna información útil y se apresuró a contestar:
- Inspector, inspector, licenciado, vea usted, también la esposa del señor Potente atiende la recepción. Es mas, a los clientes les encanta que ella los atienda.
- Ya veo – dijo el inspector – ¿y donde se encuentra la señora Potente?
Tanto Susana como el señor Potente se miraron sin saber quien debía responder. El inspector cambiaba de ojo para observar las reacciones de cada uno sin perderse el más mínimo detalle. Su entrenamiento en la policía había sido muy riguroso en este procedimiento.
- El señor Potente contesto al cabo de unos instantes – le duele la cabeza.
- Es lamentable esta situación señor Potente – le dijo el inspector mientras caminaba a su alrededor – ¿y desde cuando tiene el dolor de cabeza? –
- Desde anoche.
El inspector era rápido en llegar a conclusiones, no necesariamente avaladas por los hechos, pero pensaba que sus hipótesis daban píe para resolver los misterios de manera mas rápida. De modo que, mientras seguía caminando alrededor del señor Potente, miro para el techo y comenzó sus capitulaciones de manera ordenada como quien sigue los pasos de una receta culinaria. Muy bien, se dijo, “sabemos que la señora Potente, a quienes los clientes gustan que les atienda, registro al colgado en la tarde de ayer, luego le dio un dolor de cabeza y es de presumir que el ahorcado estaba muerto desde anoche, dado que la señorita Encelote lo encontró esta mañana”. Todo parecía encajar. Ahora bien, por que lo mataron era la pregunta que debía resolver a continuación.
- De modo señor Potente, que su esposa registro al señor colgado ayer tarde. Al parecer le conocía desde antes ¿no es cierto?
- No lo se – contesto a secas, pero en su cara se vislumbro una reacción de enojo.
Ese gesto en la cara del señor Potente intrigo al inspector y pidió hablar con la señora Potente. Le pidió a su asistente que la trajera en el acto. Una vez entro la señora Potente a la habitación, el inspector pudo percatarse de las magnificas cualidades que sin duda eran los que motivaba a los clientes a querer ser atendidos por esta dama. Una falda estrecha le ceñía los muslos de manera muy sensual y mas abajo aparecían unas piernas bien formadas. La señora Potente al darse cuenta del descaro con que la miraba el inspector, se llevo una mano a la cintura y le pregunto para que la había mandado a llamar.
La simple presencia de esta delicada señorita, puso al inspector de mejor humor y su semblante pareció cambiar súbitamente. Había ciertas fuerzas de la naturaleza que tenían la capacidad de producir milagros instantáneos, pensó el inspector. Y abruptamente hizo levantar al señor Potente de la silla para que la señora Potente estuviese más cómoda.
- Es un verdadero placer conocerla señora Potente – dijo el inspector con un tono bastante afectado.
- Es muy amable inspector, es muy considerado de su parte – repuso ella a sabiendas que sus palabras tendrían el efecto deseado.
- Vera usted señora Potente, ¿cree usted que el señor del armario se haya ahorcado solito, así no mas?
Ella, dio media vuelta en su asiento y miro el cuerpo del ahorcado que pendía de la cuerda roja, no sin sentir cierta afectación que la hizo girar de nuevo, llevándose las manos a la cara y soltó un ligero gemido desde lo profundo de su garganta.
El inspector sintió vergüenza por su descaro, al haber obligado a la señora Potente a tener que ver al muerto sin previa preparación para ello. Seguro, pensó él, que le había causado una terrible impresión. Súbitamente saco el pañuelo de su bolsillo y se lo extendió para que se secara sus dulces lagrimas.
- Perdone usted señora Potente, he sido muy descortés tratándose de una dama….mmm... – vacilo en buscar un adjetivo adecuado, pero al no encontrarlo continuo – como usted.
De inmediato dio orden a su asistente que bajara el cuerpo ese de cualquier manera y lo enviara a la morgue, donde debía de estar desde hace rato, puntualizo.
Era evidente que el señor del armario se había ahorcado por aburrimiento o cualquier otra razón. A lo mejor, por tener una esposa que lo acosaba constantemente. Era su teoría que esa era la principal causa de los suicidios y mas aun, de los hombres que recurrían a la horca de manera desesperada, en represalia a la infame conducta de la cónyuge.
El inspector procedió a disculparse de nuevo ante la señora Potente y le aseguro que todo estaba resuelto y que no había ninguna razón para molestarla ni un minuto más. De todas formas, se dijo, valía la pena dejar un pretexto para volver a verla mas adelante.
- Señora Potente, vera usted, si me lo permite, a lo mejor….me entiende, deba regresar mas adelante para aclarar algunos detalles con usted – le tomo el pañuelo de sus manos y se lo llevo a su nariz para poder aspirar su fragancia – será cosa minima, es una simple rutina nada mas.
- Claro, claro inspector. Venga cuando quiera. A mi esposo y a mi nos dará gusto atenderlo como es debido – le dijo ella con cierto remilgo.
- Bueno, con su esposo ya hable todo lo que tenia que saber. Ha sido él muy elocuente en todas sus explicaciones.
Le hizo una reverencia a la señora Potente y sin determinar a los demás presentes, salio de la habitación.
Noviembre 2009
Su jefe al verla llegar, le hizo notar que eran diez minutos pasada la hora de entrada. Ella prefirió no contestar y más bien se puso el uniforme. Salió con el carro de aseo por los corredores e inició su labor. Al llegar a la habitación ocho veinticinco se percató que la chapa estaba forzada. Pero no le dio importancia al asunto, sin embargo anotó en su cuaderno como recordatorio, reportar el daño al área de mantenimiento. Mientras aspiraba la habitación, vio algo que colgaba dentro del closet; la puerta estaba entreabierta. Era común que los huéspedes dejaran cosas olvidadas y en algunos casos ni se molestaban en regresar a reclamarlos. Al abrir la puerta, de par en par, vio a ese algo colgando de una cuerda roja. Así fue como se lo hizo saber minutos mas tarde al Inspector Andrade, que se daba importancia al enroscarse el bigote.
- Era una gran masa que colgaba de una cuerda roja. - dijo Susana.
- Pero, ¿cómo que era una gran masa? ¿Es que no vio usted al hombre que colgaba del techo? - Preguntó el inspector.
- Bueno, claro…luego me di cuenta que era un hombre, pero lo que más me impactó fue esa cuerda roja… ¿me entiende usted inspector señor licenciado?
- ¿Señorita Encelote, que tiene de raro esa cuerda, si nos permite saber?
- Pues que es roja licenciado inspector. - Respondió ella.
Esta respuesta dejó al Inspector Andrade bastante desconcertado, pues claramente para él era una contestación absurda y que dejaba ver la poca capacidad intelectual de su única testigo, con la que contaba de momento. Miró de nuevo el cadáver, se enroscó varias veces el bigote y continuó:
- Señorita Empelote…
- Inspector, es señorita Encelote, por favor.
- Claro, claro, perdone usted mi equivocación. Como le decía, señorita Encelote, ¿conoce usted a este señor?
- ¿A cual señor se refiere licenciado?- dijo Susana.
- Señorita Encelote, me puede decir inspector a secas, ¿le parece?
- Sí, claro licenciado.
Los nervios del Inspector se iban acelerando y le hacían enrojecer los pómulos, factor que le recordaba los días de la prepa en esa detestable escuela, donde todos los chicos le apodaban “cachetes de fresa”. Esos días le traían recuerdos amargos, que había tratado de superar con bastante esfuerzo.
- Señorita Encelote, le pregunté si conoce al señor que se encuentra colgado de el closet de esta habitación.
Y con el dedo índice ligeramente curvo en la punta, señaló de manera decidida al sujeto que aún colgaba de la cuerda roja.
- Señor, usted me tiene confundida, ¿cómo cree que voy a conocer a ese señor si está muerto? ¿No lo ve usted?
- Claro que lo veo, -dijo el inspector,- ¿pero qué tiene que ver eso con el hecho de que usted lo conozca o no?
- Licenciado inspector, yo no acostumbro entablar relaciones con los mmm….
Susana hizo varios intentos para encontrar la palabra adecuada y que no sonara descortés para el muerto.
- …..con los extintos.
- Ya entiendo, - observó el inspector. - ¿Y sabría usted si alguien en el hotel lo visitó en algún momento?
- ¿A que momento se refiere inspector licenciado?
- A ninguno en particular señorita, es una pregunta de rutina. Verá usted, estoy tratando de averiguar si alguien conocía al señor colgado o desde cuándo resolvió ahorcarse.
- … ¿con la cuerda roja quiere decir usted?
- Si, eso mismo señorita Encelote.
Para ese momento, el asistente del inspector resolvió acercar un taburete al cadáver, se subió apoyándose en la puerta y comenzó a revisar los bolsillos de la chaqueta del difunto por si encontraba algún documento que pudiese clarificar la identidad del mismo. Sacó varios papelitos arrugados de los bolsillos y en uno decía “Susana Encelote, mi amor”. Leyó una y otra vez el mensaje escrito y pensó que era conveniente llamar al inspector a un lado para enseñarle su descubrimiento. El inspector al ver la anotación, arqueó su ceja y con un ojo acusador miró a la mujer que había reanudado sus tareas de limpieza en la habitación.
- Señorita Encelote, me dijo usted hace un momento que no conocía al fallecido, ¿es eso cierto?
- ¡Claro que es cierto! - respondió Susana con determinación.
- mmm…. ¿pues cómo explica usteddd…. que en el bolsillo del extinto, como le llama usteddd, se haya encontrado un papel donde está escrito su nombre y luego dice “mi amor”?
Los bigotes del inspector estaban a punto de quedar deshebrados y enroscados entre los dedos pulgar e índice. Era evidente que su ira se iba reflejando en sus mejillas y no había nada que hacer. Pero sabía que la tenía en sus manos. Que más rápido de lo que pensaba, iba a resolver un caso más en su larga lista de exitosas investigaciones. Sentía que su pecho se expandía ligeramente, ensalzando su conocida habilidad, que no tardarían sus jefes en reconocerlo, por qué no decirlo así.
- Inspector licenciado, yo me llamo María Susana de la Cruz Sagrada Encelote Ramírez, a sus órdenes…y no veo qué tiene que ver con lo que dice en ese papel. ¡Claramente ese no es mi nombre!
- ¿Así que esas tenemos?
El inspector Andrade acercó una silla y se sentó frente a su interrogada. Sabía que estos procedimientos ejercían presión e intimidaban a las personas. “Un poco de miedo suelta la lengua”, solía decir.
- Señorita Encelote, creo que usted quiere jugar con nosotros. ¿Es eso cierto? ¿No se da cuenta que está frente a la máxima autoridad y que si no comienza a cantar enseguida, la voy a esposar y llevármela a la comisaría?
- Licenciado, yo no estoy jugando y no sé qué pueda hacer yo por usted si me pongo a cantar. Ahora bien, si eso es lo que quiere, no tengo ningún problema en echarle una de Gloria.
El inspector no esperaba esa respuesta y menos aún, que esta señorita, que claramente era una imbécil, mantuviese una actitud tan despreocupada ante sus amenazas.
- ¿A qué Gloria se refiere? ¿Era amiga del señor del armario?
- ¡¡Nooooo!!! Que si quiere le canto una canción de Gloria Trevi. - dijo Susana.
El inspector alargó el papel de la inscripción y se lo enseñó a Susana.
El ayudante seguía encaramado encima de la silla, tratando de desamarrar la cuerda roja para bajar el cuerpo inerte. Pero el peso del cadáver le hacía difícil cumplir con su tarea. Por momentos abrazaba el cuerpo por la cintura, pero al alzarlo, este se escurría dejando su chaqueta a la altura del cuello. Si soltaba el cadáver y se dedicaba al nudo, el cuerpo comenzaba a dar vueltas enroscando la cuerda. Al parecer, ni el inspector ni la señorita Encelote, a pesar de que observaban las engorrosas maniobras del ayudante con el difunto, tenían la intención en ayudarle.
Susana cogió el papel de las manos del inspector y lo miró como quien observa un aguacate para saber si está maduro o no. Le dio vuelta varias veces, tratando de entender lo que ella misma no sabía. Había visto este mensaje antes, de eso estaba segura. Pero dónde, cuándo y por qué eran preguntas que no lograba aclarar. De repente, apareció una amplia sonrisa en su boca, dejando entrever algunas amalgamas de oro al reconocer la escritura de su padrino, cuando hace apenas unos días, le envió un ramo de preciosas margaritas por su aniversario. Su padrino Euclides siempre hacia esto. Entonces pensó, que a lo mejor a ella se le había caído y el colgado lo hubiese recogido por alguna extraña razón. Dio vuelta al papel y vio que tenía escrito un teléfono.
- Señor licenciado inspector, creo que usted ha pasado por alto ver que al reverso del papel hay un teléfono, - dijo Susana con algo de malicia, poniendo en evidencia la brutalidad del inspector.
- ¿Y de quién es ese teléfono, si se puede saber?
- Susana se encogió de hombros y dijo - ¿Por qué no le llama ver quien contesta?
El inspector Andrade no apreció la sugerencia de la señorita Encelote, pero tuvo que reconocer para sus adentros, que era una medida evidentemente práctica.
Tomó el teléfono de la mesa enseguida de la cama y marcó el número de manera decidida. Se llevó las manos al bigote mientras sonaba un timbre repetidamente.
- Señorita Encelote, ¿no va a contesta su celular? ¿No ve que le está timbrando?
- Licenciado inspector, no es el mío el que timbra, es el suyo creo yo. El ruido ese sale de su bolsillo.
El inspector sacó su celular y efectivamente timbraba. - ¿Quién podrá ser? - se preguntó. Era bastante inoportuno que alguien le interrumpiese en un momento así. Abrió la tapa del celular para contestar y dijo:
- ¡Bueno! ¡Bueno!
Cada vez que decía bueno, sonaba un eco al otro lado del aparato, que repetía al unísono: ¡Bueno! ¡Bueno!
En vista de que nadie le hablaba y simplemente se limitaban a repetir lo que él decía, resolvió colgar. Le ordenó a su asistente que no molestará más al muerto y llámase de inmediato al encargado del hotel para hacerle unas preguntas. Froto sus ojos con sus manos y luego los abrió echando su cabeza hacia atrás. Era demasiada la responsabilidad que debía afrontar a diario.
Pocos minutos después, apareció el señor Potente con un tabaco a medio mascar en su boca. Vestía un pantalón gris bastante arrugado y una blazer azul que dejaban ver algunas manchas en la solapa. Tenía el botón de arriba de la camisa desabrochado y una corbata de rombos verdes con un nudo bastante minúsculo que pendía mas debajo de su cuello.
El señor Potente era persona de pocas palabras y más bien de trato cortante. No estaba dispuesto a que le hicieran muchas preguntas y menos que lo pusieran incomodo. No obstante, al verse frente al inspector trato de mantener la calma.
El inspector lo miro de arriba abajo, sin disimular que lo estaba revisando en su totalidad. El aspecto que presentaba el señor Potente no fue de su agradó y claramente se lo hizo notar con la expresión de su cara. Con un dedo le hizo una seña para que se arrimara y tomará asiento.
- Señor inspector, le pido que vayamos directo al asunto porque tengo que atender la recepción -. Le dijo el señor Potente.
- No tenga cuidado, seré breve y al punto. Dígame, ¿conoce usted a este señor que cuelga del armario?
El señor Potente voltiò a mirar por un momento el cuerpo inerte que colgaba de la cuerda roja y vio que lentamente daba vueltas a la derecha y luego a la izquierda por inercia.
- No le conozco -. Respondió Potente
- ¿Como es que estaba alojado en una habitación de su hotel y no le conoce? ¿No lo registro usted cuando llego? Se precipito en preguntarle el inspector.
- No fui yo.
- Ah nooooo…. ¿entonces quién pudo ser, señor Potente?
- No lo se.
- ¡Cómo que no lo sabe! ¿Cuántas personas atienden la recepción?
Para ese momento Susana pensó, que podía contribuir con alguna información útil y se apresuró a contestar:
- Inspector, inspector, licenciado, vea usted, también la esposa del señor Potente atiende la recepción. Es mas, a los clientes les encanta que ella los atienda.
- Ya veo – dijo el inspector – ¿y donde se encuentra la señora Potente?
Tanto Susana como el señor Potente se miraron sin saber quien debía responder. El inspector cambiaba de ojo para observar las reacciones de cada uno sin perderse el más mínimo detalle. Su entrenamiento en la policía había sido muy riguroso en este procedimiento.
- El señor Potente contesto al cabo de unos instantes – le duele la cabeza.
- Es lamentable esta situación señor Potente – le dijo el inspector mientras caminaba a su alrededor – ¿y desde cuando tiene el dolor de cabeza? –
- Desde anoche.
El inspector era rápido en llegar a conclusiones, no necesariamente avaladas por los hechos, pero pensaba que sus hipótesis daban píe para resolver los misterios de manera mas rápida. De modo que, mientras seguía caminando alrededor del señor Potente, miro para el techo y comenzó sus capitulaciones de manera ordenada como quien sigue los pasos de una receta culinaria. Muy bien, se dijo, “sabemos que la señora Potente, a quienes los clientes gustan que les atienda, registro al colgado en la tarde de ayer, luego le dio un dolor de cabeza y es de presumir que el ahorcado estaba muerto desde anoche, dado que la señorita Encelote lo encontró esta mañana”. Todo parecía encajar. Ahora bien, por que lo mataron era la pregunta que debía resolver a continuación.
- De modo señor Potente, que su esposa registro al señor colgado ayer tarde. Al parecer le conocía desde antes ¿no es cierto?
- No lo se – contesto a secas, pero en su cara se vislumbro una reacción de enojo.
Ese gesto en la cara del señor Potente intrigo al inspector y pidió hablar con la señora Potente. Le pidió a su asistente que la trajera en el acto. Una vez entro la señora Potente a la habitación, el inspector pudo percatarse de las magnificas cualidades que sin duda eran los que motivaba a los clientes a querer ser atendidos por esta dama. Una falda estrecha le ceñía los muslos de manera muy sensual y mas abajo aparecían unas piernas bien formadas. La señora Potente al darse cuenta del descaro con que la miraba el inspector, se llevo una mano a la cintura y le pregunto para que la había mandado a llamar.
La simple presencia de esta delicada señorita, puso al inspector de mejor humor y su semblante pareció cambiar súbitamente. Había ciertas fuerzas de la naturaleza que tenían la capacidad de producir milagros instantáneos, pensó el inspector. Y abruptamente hizo levantar al señor Potente de la silla para que la señora Potente estuviese más cómoda.
- Es un verdadero placer conocerla señora Potente – dijo el inspector con un tono bastante afectado.
- Es muy amable inspector, es muy considerado de su parte – repuso ella a sabiendas que sus palabras tendrían el efecto deseado.
- Vera usted señora Potente, ¿cree usted que el señor del armario se haya ahorcado solito, así no mas?
Ella, dio media vuelta en su asiento y miro el cuerpo del ahorcado que pendía de la cuerda roja, no sin sentir cierta afectación que la hizo girar de nuevo, llevándose las manos a la cara y soltó un ligero gemido desde lo profundo de su garganta.
El inspector sintió vergüenza por su descaro, al haber obligado a la señora Potente a tener que ver al muerto sin previa preparación para ello. Seguro, pensó él, que le había causado una terrible impresión. Súbitamente saco el pañuelo de su bolsillo y se lo extendió para que se secara sus dulces lagrimas.
- Perdone usted señora Potente, he sido muy descortés tratándose de una dama….mmm... – vacilo en buscar un adjetivo adecuado, pero al no encontrarlo continuo – como usted.
De inmediato dio orden a su asistente que bajara el cuerpo ese de cualquier manera y lo enviara a la morgue, donde debía de estar desde hace rato, puntualizo.
Era evidente que el señor del armario se había ahorcado por aburrimiento o cualquier otra razón. A lo mejor, por tener una esposa que lo acosaba constantemente. Era su teoría que esa era la principal causa de los suicidios y mas aun, de los hombres que recurrían a la horca de manera desesperada, en represalia a la infame conducta de la cónyuge.
El inspector procedió a disculparse de nuevo ante la señora Potente y le aseguro que todo estaba resuelto y que no había ninguna razón para molestarla ni un minuto más. De todas formas, se dijo, valía la pena dejar un pretexto para volver a verla mas adelante.
- Señora Potente, vera usted, si me lo permite, a lo mejor….me entiende, deba regresar mas adelante para aclarar algunos detalles con usted – le tomo el pañuelo de sus manos y se lo llevo a su nariz para poder aspirar su fragancia – será cosa minima, es una simple rutina nada mas.
- Claro, claro inspector. Venga cuando quiera. A mi esposo y a mi nos dará gusto atenderlo como es debido – le dijo ella con cierto remilgo.
- Bueno, con su esposo ya hable todo lo que tenia que saber. Ha sido él muy elocuente en todas sus explicaciones.
Le hizo una reverencia a la señora Potente y sin determinar a los demás presentes, salio de la habitación.
Noviembre 2009