Byron cruzo el Madison Square Park por la calle 25 en dirección a Broadway. Era una tarde fría con cielo nublado. Aun siendo las cinco de la tarde, ya comenzaban a escasear los rayos de sol. Cruzó a paso firme un pequeño lago que había en el centro del parque donde deambulaban algunas bandas callejeras. Ya en otras ocasiones había tenido problemas con más de uno, obligándole a entregar su cartera. Ese día no quería tener ningún problema que le pudiese distraer o demorar en su camino.
La pelea estaba programada para las siete de la noche contra “La Serpiente”, uno de los contrincantes que disputaba el titulo de peso “gallo”. Jamás había peleado contra él, pero estaba enterado de la zaga de su puño invencible. Llevaba semanas preparándose para la pelea, tanto en la palestra como viendo videos de su oponente, tratando de mentalizarse para ganar la pelea. Ese día era su oportunidad para salir de la mierda en la que vivía y poder emprender un futuro prometedor.
Vio pasar a unos niños en bicicleta en medio de los gritos y risas. Se acordó de su esposa que insistía dejara el oficio del box y trabajará con su primo en la carnicería. Amelia no podía entender que él tuviese sueños más grandes, ilusiones de ganar dinero para darse la vida que merecían. Las interminables discusiones entre ellos se hacían cada vez mas frecuentes, sin ceder ninguno de los dos. Aun así, para Byron, ella era su pajarito como acostumbraba a llamarla. Lo era todo, la inspiración con la que amanecía cada día.
Siguió adelante y al finalizar la zona arborizada, atravesó la quinta avenida y giró a la izquierda por la veintiséis. Era una calle concurrida, donde abundaban locales que ofrecían viajes de oferta a diferentes partes del mundo. Llegó al edificio del número veinticinco y subió velozmente los cinco pisos de escaleras hasta llegar al Club Méndez. Este prácticamente había sido su casa durantes los últimos años, donde entrenaba y tenía sus amigos que le conseguían pequeños trabajos. Ya el lugar se encontraba atiborrado de gente, formada en grupos discutiendo los pronósticos de la noche.
Byron saludo a su paso y se dirigió de inmediato al camerino. Necesitaba estar lo mas tranquilo posible y lejos de las personas que le advertían lo peligroso de ese combate. Abrió su locker y en esas timbró el celular. Era Amelia para saber si iría a cenar temprano aquella noche. Byron no le había mencionado nada de su pelea. Se asustó y corrió hacia el tocador evitando que pudiese escuchar las voces de los presentes. Luego de hablar unos instantes, colgó. Miró su celular con desasosiego. Sintió un súbito escalofrío que recorrió todo su cuerpo. No sabía que pensar; sintió miedo.
Se metió a la ducha dejando que el agua caliente recorriera su espalda, mientras hacía un esfuerzo para poner su mente en blanco como lo aconsejaba su entrenador. Al salir, pasó a la báscula sólo con la toalla envuelta en la cintura. Era práctica común de los boxeadores livianos, que con frecuencia subían de peso y los eliminaban de la categoría en la que competían. Si había unos gramos de más, simplemente se quitaba la toalla para bajar las décimas necesarias. Su entrenador se acercó llevando la bata negra de seda con la que saldría al cuadrilátero. Byron la miró como si fuera un niño frente a una vitrina de dulces. En la parte posterior había un gran dibujo grabado en letras doradas y se leía “El Gato”. A cada momento sus sueños se iban volviendo realidad, pero era consciente que lo más duro aún estaba por llegar.
Llegó el médico asignado con los comisionados de la federación. Tomaron la prueba de orina para el examen de doping y luego el doctor hizo una rápida evaluación de sus condiciones físicas, primordialmente con preguntas a medida que le bajaba un poco los parpados para detectar alguna anomalía. Desde los camerinos se alcanzaba a escuchar a los animadores que vociferaban por altoparlantes. El entrenador se aproximó y mientras le ajustaba las agujetas de los guantes de cuero rojos, se percato por el semblante de Byron que había discutido nuevamente con la esposa. Ya en varias ocasiones le había sugerido que la dejara si deseaba realmente triunfar en este negocio. Sabía que ella era un impedimento para la carrera que vislumbraba en este joven pugilista y de la que podía sacar un buen partido. Se acerco y le dijo con voz quedada:
-“esta me la debes. Tu vas pa`rriba cabrón. Nada de maricadas, lo quiero abajo antes del tercero….me escuchas, cabrón…”
Byron sentía un gran respeto por su entrenador y sus palabras eran advertencias que sabía que no podía dejar pasar en vano. Había muchos intereses detrás del mundo del box del cual ni él se enteraba. Cada cual respondía a alguien y no se andaban con pendejadas. Desde la puerta del recinto se dio aviso que La Serpiente ya estaba haciendo su entrada y que tenía treinta segundos para salir. Para Byron no era la primera vez que entraría al “ring”, pero esta era una noche diferente, donde las reglas serían implacables con su destino.
Dio media vuelta y abrió la puertecilla del locker donde tenía pegado en el interior una estampa desgastada de la Virgen del Carmen para encomendarle su protección. Debajo de la estampa vio un letrero escrito en sangre que decía “al tercero te la mato”. Lo leyó una y dos veces tratando de entender lo que quería decir, pero para ese momento ya lo llevaban empujado a la salida.
A su entrada, sintió que el público le gritaba diversas cosas y alguien se adelantó, sujetándolo de la bata y le escupió a la cara. En estos eventos los ánimos se exaltaban y la gente actuaba de manera imprevisible. Se limpió como pudo con la manga de la bata y luego se agachó por debajo de las cuerdas. Cuando subió al tablado comenzó a dar pequeños brincos con las manos arriba. Byron siempre había observado hacer lo mismo en otros boxeadores y le pareció lo más apropiado. Luego en el centro, el arbitro le tomo la mano, al igual que a su adversario. El timbre de la campana sonó en seco, penetrando las viseras de su cuerpo.
Comenzó con cautela dando giros alrededor de La Serpiente. El locutor iba transmitiendo la pelea en medio de la euforia del público.
-“Estamos transmitiendo en vivo desde El Méndez Boxing Club el combate por la eliminatoria de los pesos Gallo entre Pablo Orquija “La Serpiente” con pantaloncillo azul de cincuenta punto veinte kilogramos, contra Byron Pérez “El Gato”, pantaloncillo negro, guantes rojos, con un peso de cuarenta nueve kilos y cincuenta y tres gramos. Comienza la pelea crispando los dientes La Serpiente, suelta recto de derecho a la barbilla del Gato y este le contesta con una combinación de ganchos cortos de derecha e izquierda a la velocidad de un rayo contra La Serpiente. La Serpiente amortigua los golpes demoledores de El Gato y le lanza como una fiera un recto oper, gancho al hígado que hace tambalear a El Gato. Suena la campana.”
Mientras Byron se dirige a la banca de la esquina del cuadrilátero, suena el timbre de la puerta del departamento donde se encuentra Amelia. Lo pulsan varias veces insistentemente, antes de poder salir de la tina y abrir la puerta. Se puso contenta de que Byron le hubiese hecho caso y decidiera regresar a casa temprano. No le gustaba que deambulará por el club y metiéndose con esa gentuza. Tropieza con un zapato que había dejado suelto en el piso y dando brincos mientras se agarraba con una mano el pie por el dolor, abre la puerta. No se detiene a esperar que entre Byron y corre de regreso al baño para no mojar el piso. La puerta se cierra de un golpe seco.
Desde la bañera, Amelia le grita:
-“te dejé comida en el horno y por favor no me ensucies la cocina.”
Nadie contestó. Siguió un periodo de silencio del que no se percató Amelia sino pasado unos segundos. Luego se abrió la puerta del baño un poco.
-“¿que haces ahí?” pregunto Amelia.
Para ese entonces la campana golpeó de nuevo. Byron al levantarse, recordó fugazmente el mensaje en sangre en su locker y desconcentrándolo por un instante, propinándole su contendor su primer "oper cot", gancho al hígado. El locutor continúo con su narración:
-“Salen a buscarse mutuamente pero La Serpiente suelta las manos primero, demostrando que no respeta a su contrincante y se tiran algunos golpes, opper de El Gato con un gancho de zurda; La Serpiente responde pero no con mucha suerte , de nuevo El Gato arremete con una derecha abajo y La Serpiente lo abraza para recuperar el aire. Se mete muy pegadito sin dejar pensar a su rival en una forma de atacar, La Serpiente le encaja un derechazo en forma de gancho y El Gato responde.”
Hasta el momento no atinaba Byron a dar un golpe que hiciera tambalear al otro boxeador. Llevaba dos rounds y uno de sus ojos comenzaba a sangrar. La campana repicó de nuevo. El esfuerzo desplegado hasta ese momento, le había tensionado los músculos de las piernas, causándole ligeros calambres. Se sentó con la mente en blanco. No alcanzaba a escuchar las voces de su entrenador y aún menos, los gritos desenfrenados que provenían de todas partes.
Solo cuando Amelia se levantó un poco, por encima del borde de la tina, se dio cuenta que en el umbral de la puerta había un hombre con la cara cubierta, con un cuchillo en las manos. Lanzó un aullido ahogado y comenzó a sollozar haciendo espasmos que entrecortaban sus gemidos. Se acurrucó, apretando sus rodillas y haciendo movimientos desperados como si el espacio reducido de la bañera fuera a procurarle alguna salida.
-“nooooooo, se lo suplicó, no me haga daño. Le doy lo que quiera, se lo suplico. Por favor….”
En ese momento el hombre se acercó y lentamente giro la perilla, cerrando la llave del agua.
La campana anunció el tercer round.
Los movimientos de Byron eran automáticos. Abrió su boca para que le pusieran la goma de protección a los dientes y salio con euforia a la lona.
-“Tercer round; El Gato sale con todo, la gente grita: Byron, Byron. El Gato lo lleva a las cuerdas y le mete una izquierda en el hígado, se sale La Serpiente de los resortes y se le pone difícil, El Gato aprovecha y sigue con su arremetida y le pega un hook o “golpe de puñalada” como dicen los cubanos, que lo hace tambalear. La Serpiente en forma burlona lo invita a que le tire más, El Gato responde y hace retroceder a su adversario, El Gato lo busca y chican las cabezas accidentalmente; La Serpiente le mete uno dos abajo y El Gato contesta al cuerpo, lo avienta al lateral y le mete doble gancho de izquierda, La Serpiente se mira exhausto. El Gato tira una combinación de jabs en seco, contesta La Serpiente con otro similar, El Gato lo lleva a la esquina y le lanza un crochet que lo tumba a la lona. El árbitro pone una rodilla al lado del púgil e inicia el conteo. Cinco, cuatro, tres.
Byron tiene la mente nublada. No tiene precisión de lo que esta pasando y luego se ve rodeado de una avalancha de personas que se apodera de el como si fuese un costal y lo alzan en hombros.
En esos precisos momentos, el puñal silenciaba las súplicas desesperadas de Amelia. El agua de la tina se manchó rápidamente de rojo majorica. Saco el puñal con alguna dificultad y la volvió penetrar con la daga en el pecho, manchando las paredes con la sangre que brotaba de su cuerpo. Luego, el cadáver lentamente se sumergió por debajo del agua.
El hombre se quitó la mascara de su cara y seco sus manos con la toalla que reposaba sobre el lavamanos. Buscó apresuradamente el celular que sacó del bolsillo de su gabardina y marco un teléfono. Al otro lado del auricular, le contestó una voz en medio del bullicio y las exultaciones por el campeón. El hombre simplemente se limito a decir:
-“antes del tercer round”. Y luego colgó.
Al escuchar estas palabras, el receptor al otro lado de la línea, sonrío ligeramente y pensó: “ahora sí podemos tener un campeón”.
Octubre 2009
La pelea estaba programada para las siete de la noche contra “La Serpiente”, uno de los contrincantes que disputaba el titulo de peso “gallo”. Jamás había peleado contra él, pero estaba enterado de la zaga de su puño invencible. Llevaba semanas preparándose para la pelea, tanto en la palestra como viendo videos de su oponente, tratando de mentalizarse para ganar la pelea. Ese día era su oportunidad para salir de la mierda en la que vivía y poder emprender un futuro prometedor.
Vio pasar a unos niños en bicicleta en medio de los gritos y risas. Se acordó de su esposa que insistía dejara el oficio del box y trabajará con su primo en la carnicería. Amelia no podía entender que él tuviese sueños más grandes, ilusiones de ganar dinero para darse la vida que merecían. Las interminables discusiones entre ellos se hacían cada vez mas frecuentes, sin ceder ninguno de los dos. Aun así, para Byron, ella era su pajarito como acostumbraba a llamarla. Lo era todo, la inspiración con la que amanecía cada día.
Siguió adelante y al finalizar la zona arborizada, atravesó la quinta avenida y giró a la izquierda por la veintiséis. Era una calle concurrida, donde abundaban locales que ofrecían viajes de oferta a diferentes partes del mundo. Llegó al edificio del número veinticinco y subió velozmente los cinco pisos de escaleras hasta llegar al Club Méndez. Este prácticamente había sido su casa durantes los últimos años, donde entrenaba y tenía sus amigos que le conseguían pequeños trabajos. Ya el lugar se encontraba atiborrado de gente, formada en grupos discutiendo los pronósticos de la noche.
Byron saludo a su paso y se dirigió de inmediato al camerino. Necesitaba estar lo mas tranquilo posible y lejos de las personas que le advertían lo peligroso de ese combate. Abrió su locker y en esas timbró el celular. Era Amelia para saber si iría a cenar temprano aquella noche. Byron no le había mencionado nada de su pelea. Se asustó y corrió hacia el tocador evitando que pudiese escuchar las voces de los presentes. Luego de hablar unos instantes, colgó. Miró su celular con desasosiego. Sintió un súbito escalofrío que recorrió todo su cuerpo. No sabía que pensar; sintió miedo.
Se metió a la ducha dejando que el agua caliente recorriera su espalda, mientras hacía un esfuerzo para poner su mente en blanco como lo aconsejaba su entrenador. Al salir, pasó a la báscula sólo con la toalla envuelta en la cintura. Era práctica común de los boxeadores livianos, que con frecuencia subían de peso y los eliminaban de la categoría en la que competían. Si había unos gramos de más, simplemente se quitaba la toalla para bajar las décimas necesarias. Su entrenador se acercó llevando la bata negra de seda con la que saldría al cuadrilátero. Byron la miró como si fuera un niño frente a una vitrina de dulces. En la parte posterior había un gran dibujo grabado en letras doradas y se leía “El Gato”. A cada momento sus sueños se iban volviendo realidad, pero era consciente que lo más duro aún estaba por llegar.
Llegó el médico asignado con los comisionados de la federación. Tomaron la prueba de orina para el examen de doping y luego el doctor hizo una rápida evaluación de sus condiciones físicas, primordialmente con preguntas a medida que le bajaba un poco los parpados para detectar alguna anomalía. Desde los camerinos se alcanzaba a escuchar a los animadores que vociferaban por altoparlantes. El entrenador se aproximó y mientras le ajustaba las agujetas de los guantes de cuero rojos, se percato por el semblante de Byron que había discutido nuevamente con la esposa. Ya en varias ocasiones le había sugerido que la dejara si deseaba realmente triunfar en este negocio. Sabía que ella era un impedimento para la carrera que vislumbraba en este joven pugilista y de la que podía sacar un buen partido. Se acerco y le dijo con voz quedada:
-“esta me la debes. Tu vas pa`rriba cabrón. Nada de maricadas, lo quiero abajo antes del tercero….me escuchas, cabrón…”
Byron sentía un gran respeto por su entrenador y sus palabras eran advertencias que sabía que no podía dejar pasar en vano. Había muchos intereses detrás del mundo del box del cual ni él se enteraba. Cada cual respondía a alguien y no se andaban con pendejadas. Desde la puerta del recinto se dio aviso que La Serpiente ya estaba haciendo su entrada y que tenía treinta segundos para salir. Para Byron no era la primera vez que entraría al “ring”, pero esta era una noche diferente, donde las reglas serían implacables con su destino.
Dio media vuelta y abrió la puertecilla del locker donde tenía pegado en el interior una estampa desgastada de la Virgen del Carmen para encomendarle su protección. Debajo de la estampa vio un letrero escrito en sangre que decía “al tercero te la mato”. Lo leyó una y dos veces tratando de entender lo que quería decir, pero para ese momento ya lo llevaban empujado a la salida.
A su entrada, sintió que el público le gritaba diversas cosas y alguien se adelantó, sujetándolo de la bata y le escupió a la cara. En estos eventos los ánimos se exaltaban y la gente actuaba de manera imprevisible. Se limpió como pudo con la manga de la bata y luego se agachó por debajo de las cuerdas. Cuando subió al tablado comenzó a dar pequeños brincos con las manos arriba. Byron siempre había observado hacer lo mismo en otros boxeadores y le pareció lo más apropiado. Luego en el centro, el arbitro le tomo la mano, al igual que a su adversario. El timbre de la campana sonó en seco, penetrando las viseras de su cuerpo.
Comenzó con cautela dando giros alrededor de La Serpiente. El locutor iba transmitiendo la pelea en medio de la euforia del público.
-“Estamos transmitiendo en vivo desde El Méndez Boxing Club el combate por la eliminatoria de los pesos Gallo entre Pablo Orquija “La Serpiente” con pantaloncillo azul de cincuenta punto veinte kilogramos, contra Byron Pérez “El Gato”, pantaloncillo negro, guantes rojos, con un peso de cuarenta nueve kilos y cincuenta y tres gramos. Comienza la pelea crispando los dientes La Serpiente, suelta recto de derecho a la barbilla del Gato y este le contesta con una combinación de ganchos cortos de derecha e izquierda a la velocidad de un rayo contra La Serpiente. La Serpiente amortigua los golpes demoledores de El Gato y le lanza como una fiera un recto oper, gancho al hígado que hace tambalear a El Gato. Suena la campana.”
Mientras Byron se dirige a la banca de la esquina del cuadrilátero, suena el timbre de la puerta del departamento donde se encuentra Amelia. Lo pulsan varias veces insistentemente, antes de poder salir de la tina y abrir la puerta. Se puso contenta de que Byron le hubiese hecho caso y decidiera regresar a casa temprano. No le gustaba que deambulará por el club y metiéndose con esa gentuza. Tropieza con un zapato que había dejado suelto en el piso y dando brincos mientras se agarraba con una mano el pie por el dolor, abre la puerta. No se detiene a esperar que entre Byron y corre de regreso al baño para no mojar el piso. La puerta se cierra de un golpe seco.
Desde la bañera, Amelia le grita:
-“te dejé comida en el horno y por favor no me ensucies la cocina.”
Nadie contestó. Siguió un periodo de silencio del que no se percató Amelia sino pasado unos segundos. Luego se abrió la puerta del baño un poco.
-“¿que haces ahí?” pregunto Amelia.
Para ese entonces la campana golpeó de nuevo. Byron al levantarse, recordó fugazmente el mensaje en sangre en su locker y desconcentrándolo por un instante, propinándole su contendor su primer "oper cot", gancho al hígado. El locutor continúo con su narración:
-“Salen a buscarse mutuamente pero La Serpiente suelta las manos primero, demostrando que no respeta a su contrincante y se tiran algunos golpes, opper de El Gato con un gancho de zurda; La Serpiente responde pero no con mucha suerte , de nuevo El Gato arremete con una derecha abajo y La Serpiente lo abraza para recuperar el aire. Se mete muy pegadito sin dejar pensar a su rival en una forma de atacar, La Serpiente le encaja un derechazo en forma de gancho y El Gato responde.”
Hasta el momento no atinaba Byron a dar un golpe que hiciera tambalear al otro boxeador. Llevaba dos rounds y uno de sus ojos comenzaba a sangrar. La campana repicó de nuevo. El esfuerzo desplegado hasta ese momento, le había tensionado los músculos de las piernas, causándole ligeros calambres. Se sentó con la mente en blanco. No alcanzaba a escuchar las voces de su entrenador y aún menos, los gritos desenfrenados que provenían de todas partes.
Solo cuando Amelia se levantó un poco, por encima del borde de la tina, se dio cuenta que en el umbral de la puerta había un hombre con la cara cubierta, con un cuchillo en las manos. Lanzó un aullido ahogado y comenzó a sollozar haciendo espasmos que entrecortaban sus gemidos. Se acurrucó, apretando sus rodillas y haciendo movimientos desperados como si el espacio reducido de la bañera fuera a procurarle alguna salida.
-“nooooooo, se lo suplicó, no me haga daño. Le doy lo que quiera, se lo suplico. Por favor….”
En ese momento el hombre se acercó y lentamente giro la perilla, cerrando la llave del agua.
La campana anunció el tercer round.
Los movimientos de Byron eran automáticos. Abrió su boca para que le pusieran la goma de protección a los dientes y salio con euforia a la lona.
-“Tercer round; El Gato sale con todo, la gente grita: Byron, Byron. El Gato lo lleva a las cuerdas y le mete una izquierda en el hígado, se sale La Serpiente de los resortes y se le pone difícil, El Gato aprovecha y sigue con su arremetida y le pega un hook o “golpe de puñalada” como dicen los cubanos, que lo hace tambalear. La Serpiente en forma burlona lo invita a que le tire más, El Gato responde y hace retroceder a su adversario, El Gato lo busca y chican las cabezas accidentalmente; La Serpiente le mete uno dos abajo y El Gato contesta al cuerpo, lo avienta al lateral y le mete doble gancho de izquierda, La Serpiente se mira exhausto. El Gato tira una combinación de jabs en seco, contesta La Serpiente con otro similar, El Gato lo lleva a la esquina y le lanza un crochet que lo tumba a la lona. El árbitro pone una rodilla al lado del púgil e inicia el conteo. Cinco, cuatro, tres.
Byron tiene la mente nublada. No tiene precisión de lo que esta pasando y luego se ve rodeado de una avalancha de personas que se apodera de el como si fuese un costal y lo alzan en hombros.
En esos precisos momentos, el puñal silenciaba las súplicas desesperadas de Amelia. El agua de la tina se manchó rápidamente de rojo majorica. Saco el puñal con alguna dificultad y la volvió penetrar con la daga en el pecho, manchando las paredes con la sangre que brotaba de su cuerpo. Luego, el cadáver lentamente se sumergió por debajo del agua.
El hombre se quitó la mascara de su cara y seco sus manos con la toalla que reposaba sobre el lavamanos. Buscó apresuradamente el celular que sacó del bolsillo de su gabardina y marco un teléfono. Al otro lado del auricular, le contestó una voz en medio del bullicio y las exultaciones por el campeón. El hombre simplemente se limito a decir:
-“antes del tercer round”. Y luego colgó.
Al escuchar estas palabras, el receptor al otro lado de la línea, sonrío ligeramente y pensó: “ahora sí podemos tener un campeón”.
Octubre 2009
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